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jueves, 18 de julio de 2013

La creación del dinero

Es sorprendente que cuando a alguien le preguntas ¿Cómo se crea el dinero? El primer pensamiento pasa por el Estado imprimiendo billetes. Pero la realidad del sistema financiero es otra. La mejor descripción la he encontrado en el libro de Alfredo Pastor, “La ciencia humilde, economía para ciudadanos”, por eso transcribo abajo un extracto de su libro, donde se explica cómo se crea el dinero de la nada y el origen de los bancos.

Si alguien se ha quedado con las ganas de saber más sobre el privilegiado negocio de los bancos le recomiendo ver el siguiente video (dura unos  45 minutos)

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 El control de la cantidad de dinero está en el origen del sistema financiero, y no es posible entender bien la operación de la política monetaria sin saber algo del proceso de creación del dinero.
Empecemos por situarnos en un mundo sin bancos centrales, en el que el único tipo de dinero reconocido fuera la moneda metálica: un mundo que se correspondería con bastante exactitud al de la Europa medieval. Supongamos que un comerciante veneciano hubiera ganado mucho dinero en la feria de Amberes, y tuviera la intención de seguir operando allí; antes que regresar a Venecia con  su dinero a cuestas y verse expuesto a ser desvalijado a la ida o a la vuelta, preferiría dejar su dinero en Amberes, confiando a la custodia de alguien de confianza y provisto de sólidas cerraduras en su puerta. Lo mismo harían otros comerciantes, de modo que el custodio se convertiría en depositario de una gran cantidad de dinero en metálico, cobrando, naturalmente, una comisión por sus servicios y obligado a devolver el dinero a sus propietarios, en cuanto estos lo reclamasen. El depositario no tardaría en darse cuenta de que, como sus comerciantes aparecían por su casa a intervalos regulares, él podía prestar el dinero depositado a interés, por plazos naturalmente inferiores a las apariciones de sus propietarios, y esta actividad de prestamista pasaría a convertirse en su principal negocio, por ser más rentable que la mera actividad de custodio.
Con el tiempo, aparecería otra innovación importante: el prestamista no entregaría dinero en metálico al conceder un préstamo, sino que se limitaría a emitir pagarés o certificados por una cantidad de dinero, a su nombre y con su garantía. Al ser persona conocida en la plaza, esos pagarés circularían como dinero, porque serían aceptado por muchos como medio de pago, más cómodo y seguro que el trasiego de monedas; solo de vez en cuando alguien se molestaría en presentarse ante el prestamista original para reclamar el canje de su pagaré por dinero en metálico, quizá porque hubiera de desplazarse a otra ciudad. Con el tiempo, el prestamista utilizaría esos pagarés para conceder crédito a sus clientes: a cambio de devolver al prestamista en el futuro la suma inicial y el interés, ambos en metálico, el cliente recibiría un pagaré que podría emplear como medio de pago. Con esta innovación aparecen los dos primeros elementos del sistema bancario moderno. En primer lugar, que la cantidad de dinero está formada por dos componentes: las monedas metálicas, único dinero “real”, y los pagarés del prestamista, que uno puede utilizar como medio de pago allí donde sea aceptado. En segundo lugar, las monedas metálicas están acuñadas por las autoridades y su volumen queda fuera del control del prestamista; los pagarés, en cambio, son emitidos por el prestamista, y su volumen depende de él.
No puede ser prestamista una persona cualquiera: es necesario gozar de buena reputación para que los pagarés que uno emite sean aceptados como medio de pago. Para ello es necesario que todos estén convencidos de que el prestamista puede responder en cada momento entregando en dinero metálico el equivalente de sus pagarés, siendo capaz, además de devolver el dinero recibido en depósito por parte de los comerciantes. Por consiguiente, el prestamista ha de tener cuidado en no emitir demasiados pagarés, es decir, de no conceder demasiados créditos; su capacidad para otorgarlos dependerá, no sólo de la cantidad de dinero en metálico depositada en sus cofres, sino de la frecuencia con que sus propietarios acudan a reclamarla. Con el tiempo, la experiencia le dirá que si, por ejemplo, tiene dinero en metálico por valor de 1.000, el volumen total de crédito concedido – es decir, la cantidad de pagarés emitidos – no debería ser superior a 10.000. Si excede ese volumen, aumenta el riesgo de que, en su momento dado y por cualquier razón, se le presenten peticiones de metálico superiores a sus reservas: en ese momento, si nadie le presta la diferencia, el prestamista deberá declararse en quiebra.
Es sorprendente comprobar cómo esta descripción de las actividades de los primeros banqueros aún captura caracteres esenciales de un sistema bancario moderno. Los dos rasgos más importantes para nuestros propósitos son, primero, que en nuestras economías la creación de dinero la llevan a cabo el Banco Central y, en mayor medida, la banca comercial; y, segundo, que el Banco Central puede poner un límite al volumen de crédito que la banca concede – es decir,  la cantidad de dinero que emite – porque obliga a mantener el equivalente de una fracción de los créditos concedidos en forma de unos activos que sólo él emite, y que corresponden a la moneda metálica en los cofres del prestamista de antaño.Pastor, Alfredo; “La ciencia Humilde”. Editorial Crítica, 2010. ISBN: 978-84-9892-181-6

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