Esta semana, Angela
Merkel ha declarado que los países de la Eurozona deben estar dispuestos para perder
parte de su soberanía a favor de las instituciones europeas si realmente se
quiere superar su crisis de deuda que asola Europa.
A cualquier
europeísta bien pensante, esto no debería sorprenderle, y mucho menos
escandalizarle. Es lógico que si deseamos una Europa fuerte para mejorar el bienestar común de sus
ciudadanos, debamos converger en un modelo fiscal y conseguir un Banco Central
Europeo que realmente tenga
capacidad de maniobra sobre el Euro. También debemos tener unos niveles
coherentes de cobertura social, educación y sanidad. No son reivindicaciones nuevas del
europeísmo.
Lo que sorprende
de las actuales declaraciones es el tono, la actitud con que se difunden (o al
menos con la que se transmiten al sur de Europa). Aparecen visos de amenaza,
querencias imperialistas y en definitiva cierta prepotencia del poderoso. ¡La
emperatriz ha hablado!. Obedezcan o aténganse a las consecuencias. ¡Ya vieron a
Grecia, y miren ahora a Chipre!.
Todo ello, me
lleva reflexionar sobre el futuro político de España en la UE. En España se
están produciendo continuos movimientos a favor de la democracia de los
ciudadanos. Existe un clamor exigiendo que los políticos acepten las peticiones
ciudadanas. Casos como la ILP contra los desahucios, o los partidos que abogan
por la democracia directa, tarde o temprano obtendrán resultados tangibles y un
poder efectivo. Incluso los actuales partidos deberán aceptar las iniciativas
populares o caminar hacia su desaparición. ¿Cómo afectará este cambio
estructural a nuestra relación con Europa?. Si el ciudadano español delega
autoridad, ¿cómo afectará la lucha por la democracia directa?. Sería lamentable
que una vez conseguido un triunfo a nivel estatal, las expectativas se vean
frustradas por lobbies y partidos europeos, cuya prepotencia se imponga al
ciudadano español. Es significativo que los países europeos que han conseguido
mayor presencia ciudadana en las instituciones (Islandia y Suiza), están fuera
de la Unión. Para solventar este problema, solo soy capaz de vislumbrar dos
soluciones. Por una parte, seguir en el “Club” manteniendo el máximo grado de
autonomía, y “evangelizando” a Europa el pro de un democracia real. Otra
postura sería salir de la UE y mantener la independencia de criterios. Esta
solución, además de drástica puede generar consecuencias muy indeseables para
el país, y difícilmente sería aceptable por la ciudadanía.
Todos somos
conscientes, que en un mundo global e interrelacionado, nuestra capacidad de
acción está limitada. Si los chinos
estornudan, podemos resfriarnos. Pero otro caso es la representatividad que
deseemos delegar en la UE o cualquier otro macro-organismo. La exigencia de
transparencia y control sobre dichas instituciones, es decir, la salvaguarda de
ciertos valores de la ética hacker, debe ser un requisito mandatorio.
Desconozco si existen acuerdos entre los países miembros para el aseguramiento
de actitudes éticas. Pero parece que es más importante no superar una tasa de
déficit que ser transparente a la hora de aportar información sobre la
contabilidad o los gastos de los Eurodiputados. Los valores aceptados por los
ciudadanos deben ser el basamento de toda comunidad. También de la UE.
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